CANSINOS ASSENS, RAFAEL (1882-1964)
Madre y hermanas aguardan la vuelta del hijo y el hermano respectivamente que, tras haber dado el salto al azul del arte vuelve sin alas a la casa materna con los alegóricos muñones del fracaso. ¿Cómo pudiste esperar que conquistarías ese azul, inaccesible emporio, infranqueable Eldorado de tesoros ardientes, que nadie podría tocar, abismo defendido por sus propias luces, desierto lleno de espejismo fatales? ¿Cómo pudiste esperar el prodigio, ¡oh!, hijo mío?, le dice la madre a un vástago que se ve como un Perseo blandiendo la cabeza de la Gorgona en su mano, un Belerofonte a lomos de Pegaso, un Elías subiendo al cielo. Ya había dado Cansinos a la imprenta El divino fracaso (Valdemar, 1996) en 1918, un ensayo entre memoria y confesión visto desde un lirismo quizás más medido que en La epopeya de las alas. En aquel libro hacía un recorrido por la ardua y sacrificada tarea del literato. Pienso que la mayor victoria de un artista sería no dominar su arte, sino abandonarlo ¡Qué verdaderamente victoriosos seríamos entonces, libres de toda carga, pasando entre las cosas con manos cándidas y vacías y sueltas, sin ese gesto ya de cazadores de lazo!, afirma. El poeta sin alas de La epopeya, muy al contrario, engolfado en la belleza y el azul acepta el fracaso como un don de su destino de poeta y, como si de un anti-Rimbaud se tratara, sueña con volver a mirar con sus ojos ese azul que Darío tomó como el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y firmamental.