AA.VV
Apenas unas pocas horas después que la estación radiofónica militar de Oahu avisara del ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor, el eco respondió en el lejano sudeste asiático. En realidad, esto no era más que una maniobra secundaria, un intento de aniquilar a la Flota del Pacífico para que no se interpusiera entre el Imperio nipón y su verdadero objetivo: las ingentes materias primas del Sudeste Asiático.
Durante las trepidantes semanas que siguieron, el kraken japonés extendió sus tentáculos y fue tomando, una tras otra, las colonias holandesas. Los campos petrolíferos de Borneo y de Sumatra, el níquel de Celebes y el caucho de Java fueron cayendo en manos de los invasores. La campaña, que fue un éxito rotundo de los atacantes, terminó tras solo tres meses de combates, con la rendición de Java. Atrás quedaban el valiente ataque estadounidense en Balikpapan, el asalto aerotransportado japonés a los campos petrolíferos de Palembang, el brutal bombardeo de Darwin, la batalla del mar de Java y los combates en las selvas de Borneo.
Lastrados por un cuartel general único, el A