Se diría que Gloria Taylor, una octogenaria británica ingresada en una
residencia de ancianos y cuya
memoria flaquea por momentos, dista de ser el personaje
ideal para recrear un periodo y un espacio -la Segunda
Guerra Mundial en Gran Bretaña- aparentemente bien conocidos, casi familiares de tan
visitados por el cine y la literatura. Sin
embargo, es su voz desabrida la que narra esta historia: sus
recuerdos, fragmentarios e interesados, desgranan una biografía cargada de oscuros secretos y de un dolor disimulado tras una máscara de humor feroz.
Presionada por su hijo,
deslenguada y vital -amante
de los chistes de todos los
colores (en especial de los negros negrísimos y los verdes), de la comida
y del sexo-, Gloria recuerda
desde las ruinas de su presente los tiempos de guerra: el miedo, los bombardeos, el racionamiento, los
apagones y las penurias, pero también el descubrimiento del amor y el sexo.
Relaciones fugaces e intensas, abrumadas
por el sentimiento de culpa y por la cercanía nada metafórica de la muerte, con pulcros soldados estadounidenses; unas relaciones que Gloria vive
en una especie de carpe
diem desquiciado. Pero por
fugaces que fueran tuvieron
consecuencias atroces en su
vida.